Las reglas del juego / The rules of the game
Democracia, tolerancia y límites / Democracy, tolerance and limits
English version below this one
En la heladera tengo pegado un imán con una frase de Robert Heinlein: “Evitá tomar decisiones irrevocables cuando estás cansada o hambrienta”. Me gusta la idea, porque las cosas importantes, las que van a influir en mi vida, o en las de otros, requieren reflexión, serenidad, duda y pensamiento profundo. Estas son cosas que no suceden si estamos particularmente estresados. También aplica a escribir. Quizá no debería escribir cuando estoy angustiada, cuando siento que el mundo se viene abajo, cuando veo todo trágico. Sin embargo, quizás esos momentos son exactamente cuando hay que escribir, cuando se ve el abismo y es necesario hablar de eso, aun en medio de la angustia y la incertidumbre. Hablar de eso para tratar de encontrarle sentido y para ver qué hacer. Escribo esto, entonces, con cansancio y hambre metafóricos. No sé como saldrá.
Lo que se aprende deja marcas profundas. Se puede cambiar de país, de ciencia, de problema, de idioma, pero no se puede dejar del todo una manera de ver el mundo. Si pienso, escribo y trabajo sobre complejidad es, al menos en parte, porque soy bióloga. La biología es la ciencia de la complejidad: nada como la evolución por selección natural para gestionar seres vivos complejos, hechos de materiales no vivos, que están en una permanente lucha por conservar esa complejidad para no morir. Tal vez por eso soy fan de la diversidad. Los seres vivos cambian y son esas variaciones las que dan una oportunidad de probar cosas nuevas, para ver qué combinaciones funcionan mejor. En las sociedades humanas pasa algo similar. Las sociedades cerradas, tradicionales, inmutables, fracasan con mayor probabilidad. Y aunque sé que la diversidad social genera tensiones, creo que los beneficios superan los costos, así que hay que aprender a manejar esas tensiones. Nuestras diferentes visiones sobre el mundo son un insumo de diversidad que puede ayudarnos a abordar de manera más efectiva los serios problemas que enfrentamos como humanidad.
La diversidad es tan buena desde un punto de vista práctico, que para muchos de nosotros se volvió también un tema ético. Mucho de lo que pienso acerca de cómo debería ser una sociedad se enmarca en el concepto de democracia liberal, un sistema político que combina elecciones democráticas con un fuerte énfasis en la protección de los derechos individuales y las libertades civiles. Es una especie de “vivir y dejar vivir” que, bajo ciertas regulaciones, permite que las personas sean diversas, fijando en general un límite cuando se causa daño a otros. En una democracia liberal, las personas con diferentes opiniones políticas pueden coexistir y competir por el poder político, incluso si tienen ideas muy diferentes, todo dentro de un sistema democrático. Ese pluralismo requiere tolerancia de lo que nos incomoda. Es inevitable. Si creo en Dios no puedo legalmente imponer esa creencia a otros. Pero tampoco si no creo. Las demás personas pueden elegir no hablarme, no ser mis amigos, no invitarme a cenar si no les gusta lo que pienso o lo que soy, pero no tienen derecho a castigarme o perseguirme de modo alguno por mi identidad, opinión o elección de vida. Las tensiones sociales vienen de ahí: yo creo fuertemente X, vos creés lo contrario, y tenemos que escucharnos decir cosas que a cada uno le parecen mal. Son las reglas del mejor juego que podemos jugar.
No es tan evidente qué países son democracias liberales y qué países no, pero esto de Our World in Data puede servir de referencia (este enlace tiene además una línea de tiempo que muestra los cambios desde 1789 hasta ahora).
Sin embargo, en la práctica, y también como parte del juego, hay dinámicas de una democracia liberal que pueden debilitarla y ponerla en riesgo. Algunos ejemplos pueden ser la polarización política extrema, el surgimiento de líderes personalistas, la creencia en que porque somos una nación todos debemos pensar o querer lo mismo, o en que las mayorías tienen derecho a destruir o someter a las minorías. Pero incluso así, si estamos bajo las normas democráticas, aunque no me guste, me parece bien. Tampoco tengo problema con que haya gente que quiera cambiar el sistema: mientras podamos coexistir, considero que es parte de las reglas del juego.
Pero no siempre podemos coexistir. No se puede convivir con cualquier postura. No da todo lo mismo. Y, antes de seguir, un comentario: no soy experta en estos temas (muchas personas sí lo son), y lo que hay acá no es más que un intento de aclarar mis propias confusas ideas a través de la escritura y de la apertura a otros.
Si un grupo busca la aniquilación de otro, no se puede convivir con ellos. Por ejemplo, el terrorismo no tiene lugar en una democracia. Se lo combate. ¿Por qué? El juego es para los que aceptan la regla básica del juego: los demás también tienen derechos. Por supuesto, esto es algo que ya se discutió muchas veces. Personalmente, me parece muy útil la paradoja de la tolerancia, planteada por Karl Popper en 1945, que se resume en la idea de que si una sociedad es ilimitadamente tolerante con aquellos que son intolerantes, eventualmente los intolerantes destruirán la tolerancia y la libertad en esa sociedad. Por eso, según Popper, aunque parezca contradictorio, para mantener la tolerancia una sociedad debe ser intolerante con la intolerancia:
“Tenemos por tanto que reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar la intolerancia.”
Como en cualquier clasificación, es en los bordes en donde se juega la disputa relevante. Por ejemplo, ¿qué hacemos con la libertad de expresión, uno de los pilares de la democracia? Acá la cuestión es cómo equilibrar la libertad con la necesidad de proteger una sociedad democrática. La libertad se regula para preservar la libertad de los otros. ¿Se puede decir públicamente que alguien es desagradable? ¿Se puede ofrecer públicamente una recompensa por matarlo? ¿Esto es un chiste o es una amenaza seria? Esos límites son un espacio de permanente tensión, y está bien que así sea: estamos tanteando la pared.
Vamos al nazismo. En los últimos años, y especialmente en el ecosistema de las redes sociales, me parece que se fue naturalizando llamar nazi a cualquiera que no concuerda con nuestras posturas. No deja de ser una estrategia para deshumanizar al otro y así ponerlo del lado de esos con quienes no hay que hablar. Todo parece más simple así y podemos barrer el desacuerdo debajo de la alfombra. Pero si todos son nazis, es lo mismo que decir que nadie lo es. El nazismo es quizá el ejemplo más claro de una ideología que busca el exterminio de un grupo de personas. ¿Qué hacemos cuando alguien es realmente nazi? Hay horrores que no se pueden suavizar, relativizar ni justificar. Horrores que no son “un exceso” en relación a algo que se puede discutir, sino que cruzan una línea clara. Necesitamos poder llamar con claridad las cosas por su nombre y eso requiere no abusar de ese nombre en contextos de desacuerdos democráticos, por más intensos que sean.
La globalización nos trajo mayoritariamente cosas positivas, en forma de diversidad: idiomas, modas, costumbres, ideas, comidas, artes. Pero la multiculturalidad también creó nuevas tensiones. Está claro que no todos vamos a querer lo mismo, dentro de una democracia. Está claro que habrá disputas por el poder y por los temas que a cada uno de nosotros nos parecen más importantes. También está claro que es imposible que logremos acuerdos definitivos. Navegar esas tensiones requiere que podamos tener conversaciones extremadamente incómodas. Pero podremos hacerlo si estamos de acuerdo en que buscamos formar parte de la misma sociedad, bajo ciertos acuerdos mínimos.
Para lograr una convivencia democrática es importante que podamos tener conversaciones difíciles y colaborativas. En una charla TEDx sobre cómo conversar con los que piensan distinto dije esto:
“Las personas merecen respeto; las ideas tienen que ganárselo.”
Una de las críticas más frecuentes a esta idea es que con un nazi o con un terrorista no se conversa. Estoy de acuerdo. Amo la comunicación entre personas diferentes, pero no es todo equivalente. No hay ninguna manera de que las ideas terroristas, las ideas acerca de la inferioridad de otros, los llamados a exterminar a los demás, a considerarlos subhumanos, puedan jamás ganarse el respeto.
¿Algo para comentar, corregir o agregar? ¿Qué no estoy viendo? Las ideas nuevas y el desacuerdo argumentado y respetuoso son bienvenidos.
English version
On the fridge I have a magnet with a phrase by Robert Heinlein: "Avoid making irrevocable decisions while tired or hungry". I like the idea, because important things, those that are going to influence my life, or those of others, require reflection, serenity, doubt and deep thinking. These are things that don't happen if we are particularly stressed. It also applies to writing. Maybe I shouldn't write when I'm anxious, when I feel the world is falling apart, when I see everything as tragic. However, maybe those moments are exactly when you have to write, when you see the abyss and you need to talk about it, even in the midst of distress and uncertainty. To talk about it to try to make sense of it and to decide what to do. I write this, then, with metaphorical tiredness and hunger. I don't know how it will come out.
What is learned leaves deep marks. You can change your country, your science, your problems, your language, but you can't completely abandon your worldview. If I think, write and work about complexity it is, at least in part, because I am a biologist. Biology is the science of complexity: nothing like evolution by natural selection to manage complex living beings, made of non-living materials, which are in a permanent struggle to preserve that complexity so as not to die. Perhaps that is why I am a fan of diversity. Living things change and it is these variations that give them a chance to try new things, to see what combinations work best. Something similar happens in human societies. Closed, traditional, unchanging societies are more likely to fail. And while I know that social diversity generates tensions, I believe that the benefits outweigh the costs, so we have to learn to manage those tensions. Our different worldviews are an input of diversity that can help us more effectively address the serious problems we face as humanity.
Diversity is so good from a practical point of view that for many of us it became an ethical issue as well. Much of what I think about what a society should be like is framed by the concept of liberal democracy, a political system that combines democratic elections with a strong emphasis on the protection of individual rights and civil liberties. It is a "live and let live" that, under certain regulations, allows people to be diverse, generally setting a limit when harm is caused to others. In a liberal democracy, people with different political opinions can coexist and compete for political power, even if they have very different ideas, all within a democratic system. That pluralism requires tolerance of what makes us uncomfortable. It is unavoidable. If I believe in God I cannot legally impose that belief on others. But neither can I if I do not believe. Other people can choose not to talk to me, not to be my friend, not to invite me to dinner if they don't like what I think or who I am, but they have no right to punish or persecute me in any way for my identity, opinion or life choice. The social tensions come from that: I strongly believe X, you believe the opposite, and we have to listen to each other say things that seem wrong to each other. These are the rules of the best game we can play.
It is not so obvious which countries are liberal democracies and which countries are not, but this from Our World in Data can serve as a reference (this link has also a timeline showing the changes from 1789 to now).
However, in practice, and also as part of the game, there are dynamics of a liberal democracy that can weaken it and put it at risk. Some examples can be extreme political polarization, the rise of personalist leaders, the belief that because we are one nation we must all think or want the same thing, or that majorities have the right to destroy or subjugate minorities. But even so, if we are under democratic norms, even if I don't like it, I'm fine with it. I also don't have a problem with people wanting to change the system: as long as we can coexist, I consider it part of the rules of the game.
But we cannot always coexist. You can't coexist with any position. Not everything is the same. And, before I go on, a disclaimer: I am not an expert on these issues (many people are), and what is here is nothing more than an attempt to clarify my own confused ideas through writing and being open to others.
If one group seeks the annihilation of another, you cannot live with them. For example, terrorism has no place in a democracy. It is fought. Why? The game is for those who accept the basic rule of the game: others have rights too. Of course, this is something that has been discussed many times before. Personally, I find very useful the paradox of tolerance, raised by Karl Popper in 1945, which boils down to the idea that if a society is unlimitedly tolerant of those who are intolerant, eventually the intolerant will destroy tolerance and freedom in that society. Thus, according to Popper, although it may seem contradictory, in order to maintain tolerance a society must be intolerant of intolerance:
“We should therefore claim, in the name of tolerance, the right not to tolerate the intolerant.”
As in any classification, it is at the edges that the relevant dispute is played out. For example, what do we do with freedom of expression, one of the pillars of democracy? Here the question is how to balance freedom with the need to protect a democratic society. Freedom is regulated to preserve the freedom of others. Can you publicly say that someone is unpleasant? Can you publicly offer a reward for killing them? Is this a joke or a serious threat? Those boundaries are a space of permanent tension, and it's okay to be so: we're probing the wall.
Let's go to Nazism. In recent years, and especially in the ecosystem of social networks, it seems to me that it has become naturalized to call anyone who does not agree with our positions a Nazi. It is nothing but a strategy to dehumanize others and thus put them on the side of those who should not be talked to. Everything seems simpler this way and we can sweep disagreement under the carpet. But if everyone is a Nazi, it is the same as saying that no one is. Nazism is perhaps the clearest example of an ideology that seeks the extermination of a group of people. What do we do when someone is really a Nazi? There are horrors that cannot be softened, relativized or justified. Horrors that are not "an excess" in relation to something that can be discussed, but that cross a clear line. We need to be able to clearly call things by their name and that requires not abusing that name in contexts of democratic disagreements, however intense they may be.
Globalization brought us mostly positive things, in the form of diversity: languages, fashions, customs, ideas, foods, arts. But multiculturalism also created new tensions. It is clear that we will not all want the same thing, within a democracy. It is clear that there will be disputes over power and over the issues that each of us find most important. It is also clear that it is impossible for us to reach definitive agreements. Navigating those tensions requires that we can have extremely uncomfortable conversations. But we can do so if we agree that we seek to be part of the same society, under certain minimum agreements.
In order to achieve democratic coexistence, it is important that we can have difficult and collaborative conversations. In a TEDx talk on how to converse with those who think differently I said this:
“People deserve respect. Ideas have to earn it.”
One of the most frequent criticisms of this idea is that with a Nazi or a terrorist you don't converse. I agree. I love communication between different people, but it's not all equivalent. There is no way that terrorist ideas, ideas about the inferiority of others, calls to exterminate others, to consider them subhuman, can ever earn respect.
Anything to comment, correct or add? What am I not seeing? New ideas and reasoned, respectful disagreement are welcome.
¡Muy bueno! Y, de paso, súper relevante para un ensayo que estoy escribiendo sobre la importancia casi urgente de recuperar como sociedad la capacidad de conversación.
Arriesgándome a entrar en un terreno mmmmuy delicado, yo haría un poco más de zoom en la noción de que "con un nazi o un terrorista no se conversa". Definitivamente estoy de acuerdo con que la democracia no haga espacio para esos niveles de extremismo; después de todo, como cualquier sistema, tiene sus reglas, que admiten algunas cosas y dejan afuera otras, y eso está bien.
Pero también creo que una parte del problema de la polarización social que estamos viviendo tiene que ver con la sobresimplificación y generalización burda en la que caemos todo el tiempo, todos los días, sin darnos cuenta. Donde, si no te manifestás abierta, explícita y acaloradamente en contra de Hamas, entonces sos antisemita; o si no emitís opinión sobre el movimiento feminista, entonces sos cómplice de la opresión machista.
Siguiendo esa línea, en pos de tener conversaciones más lúcidas y constructivas tal vez sea necesario desglosar el monolito de, por ejemplo, "persona nazi" (o machista, o terrorista) moviendo un poco del énfasis de "nazi" a "persona", y contemplando los matices que se abren ahí*. No con la intención de atenuar la gravedad de una postura tan alevosamente oscura como el nazismo, ni mucho menos para buscarle un lugar dentro de un sistema en el que simplemente no tiene cabida; pero sí para encontrar el piso común desde el cual sostener un ida y vuelta con esa otra persona. Un ejemplo obvio tal vez sea el hecho de los cuadros que pintaba Hitler: ¿es válido decir que su técnica en acuarela era pésima porque él sostenía opiniones políticas fascistas? Yyyy, a mí me parece que no. Pero también sería sumamente polémico twittear "che qué groso era Hitler pintando". Ese margen para los entresijos propios del ser humano (que gracias, entre otras cosas, a las redes sociales, se vuelve cada vez más fino) me parece crucial para sostener el debate y el pensamiento crítico.
*En mayor o menor medida, es algo que casi todes hacemos con nuestros abuelos. El mío, al menos, pasa sus días gritando a los cuatro vientos cuánto desea que vuelvan los militares, cuánto odia a "los putos", y qué aberrante le parece que las mujeres hagan algo que no sea lavar y cocinar; también, es cariñoso con sus nietos y nietas, disfruta de hacer deporte, le encanta la música y me enseña Tai Chi. Es a fin de cuentas una persona, y mi vínculo con él, mientras quiera tenerlo, dependerá de nuestra capacidad de encontrarnos en esos puntos comunes, como la música y el deporte, y de tener la claridad de que tener una relación mínimamente armoniosa con él no me hace machista o de ultraderecha, ni él se mimetiza con mi feminismo por hablar conmigo.
Felicitaciones Guadalupe. Leí hace años "La sociedad abierta y sus enemigos" , la obra donde Karl Popper expone su teoría de la "Paradoja de la Tolerancia". Hice hace un tiempo un artículo sobre eso. Mi aporte en este caso, sería mirar la nuestra Constitución. Su sabio artículo 18 , 19, 22 y tantos otros que son un verdadero decálogo de convivencia democrática. Reglas imprescindibles que deberían estudiarse mucho mas en los colegios. Adjunto un link al artículo sobre la paradoja de la tolerancia. https://drive.google.com/drive/u/0/folders/1M5qigKlOhmhgoC0tcH6di_672cVNhqeJ